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Cuando empecé a querer mi cuerpo

Cuando empecé a querer mi cuerpo, cambié los push-up bras por bralettes; dejé de buscar lo que me agregaba, y empecé a aceptar lo que tenía, escogiendo realmente lo que me gusta y me hace sentir cómoda.


Cuando empecé a querer mi cuerpo aprendí a valorarlo por todo lo que hace por mi cada día, por la capacidad que tiene de moverme, de sostenerme, de abrigarme.


Cuando empecé a querer mi cuerpo dejé de compararlo con estándares imposibles de belleza. Así como las flores, todos los cuerpos tienen su encanto.


Cuando empecé a querer mi cuerpo vi mis cicatrices como adornos que guardan una historia ya sea de diversión o de dolor; adornos que agregan carácter a mi cuerpo.


Cuando empecé a querer mi cuerpo, me di cuenta que la celulitis, las manchas, y los famosos gorditos son parte de; son parte de un cuerpo real que no tiene por qué ser perfecto.


Cuando empecé a querer mi cuerpo, empecé a sacarle provecho a mi falta de atributos, empecé a probarme escotes, y descubrí que en realidad me miraba bien, pero más allá de eso, me sentía bien.


Cuando empecé a querer mi cuerpo, aprendí que un número en la báscula no me define y que ese número fluctúa por miles de razones que a veces no puedo comprender.

Cuando empecé a querer mi cuerpo, empecé a comer y a ejercitarme desde el privilegio, desde el disfrute. Dejé de castigarlo por pedir algo que es fisiológico, y aprendí a escuchar y honrar sus necesidades antojadizas.


Cuando empecé a querer mi cuerpo, me di cuenta que es una tarea de todos los días: cada vez que me veo al espejo, cada vez que me siento a comer, cada vez que decido moverme o no, cada vez que escojo que ponerme…


Cuando empecé a querer mi cuerpo, todo cambió.



 

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