La semana pasada fui a Diunsa, creo que por segunda vez desde que inició la pandemia y mi corazón se hizo chiquito. Árboles y luces de navidad por todos lados, villancicos, la gente llenando sus carretas de regalos y decoraciones navideñas. Por un momento todo parecía tan mágico, parecía como que si todo estaba como antes, pero no. Al menos yo no lo sentía; yo que iba por un portarrollos para papel higiénico.
En unos segundos, una infinidad de recuerdos con mi familia vinieron a mi mente. Pensar en los regalos, elegir la cena de ese día, ir a un café con la abuela, esperar la venida de mi tío, andar con mis papás a última hora buscando regalos, y ofrecerme a envolverlos todos pues siempre me ha encantado. (De chiquita, era una de las tantas cosas a las que quería dedicarme) Por cierto, tengo los ojos llenos de lágrimas mientras escribo esto.
Me invade un profundo sentimiento de tristeza pensar que esta navidad no podré abrazar a los míos. Pensar en que el año pasado tomé por sentado ese abrazo de las doce, esas risas, esas historias, esas anécdotas, esas salidas, esas pláticas…
Este bichito nos ha quitado tanto y probablemente nos seguirá quitando, pues vino para quedarse. A quince días de navidad no tengo idea como va a ser este año. Mi corazón quisiera ver a los que tanto quiero, abrazarlos y besarlos, celebrar que hemos sobrevivido una pandemia, al menos hasta este momento. Despedir el año a lo grande, pues ha sido un año de tanta perdida e incertidumbre…pero mi mente me dice que no se puede, que es un riesgo, que podemos enfermarnos, que Dios no quiera esa reunión pueda causar la muerte de algún familiar. ¿Y entonces? ¿A encerrarnos ese día también? Hasta qué punto el COVID-19 nos está robando nuestra vida…nos está frenando de compartir con los que amamos, sabiendo que puede ser la última vez que los veamos pues podemos morir de mil otras cosas más, más en un país como el nuestro. Asaltos, accidentes de tránsito, dengue, tuberculosis, cáncer…
¿Ustedes que piensan?
Y en medio de todo, lo único que se me ocurre es volver a lo más básico. En el silencio de mi apartamento, con Daniel a mi lado, dando gracias porque nosotros y los nuestros estamos bien. Brindando porque si bien este año ha sido de mucha tormenta, en medio de ella hemos podido encontrar la paz, aprendiendo a vivir con menos, descubriendo nuevas pasiones, renunciando a viejos caminos, y permitiéndonos soñar con un mejor futuro.
Soltando, esperando, confiando…
Si te gustó este escrito y crees que puede interesarle a alguien, compártelo.
Commentaires