No sé si les he contado esto pero me gustan los niños. Quizás es hereditario porque mi papá es pediatra y mi mamá ha sido la tía que le gustaba estar rodeada de sus hijos/sobrinos.
Esta semana tuve la oportunidad de compartir con bebés, de tres a seis meses. Era mi primera experiencia laboral con bebés tan chiquitos.
Qué loco pensar que todos en algún momento fuimos así de pequeños, así de vulnerables, así de incapaces.
Dependíamos 100% de otra persona para nuestro autocuidado. Y que loco pensar que siendo adultos, a veces, queremos regresar a esos tiempos; cuando no sabemos que hacer con nuestra vida y queremos que venga alguien a rescatarnos y a tomar las decisiones por nosotros.
Solo imaginatelo. No tener ninguna responsabilidad más que ser bebé y todo lo que eso implica.
Cero cuentas que pagar
Cero drama en las relaciones interpersonales
Cero conflictos que resolver
Cero decisiones de vida que tomar
Porque todo eso lo hacen por nosotros. Ufff qué alivio, ¿no?
Pero al mismo tiempo se nos olvida la frustración y la impotencia que trae perder nuestra independencia y autonomía.
Cuántas veces un bebé hace berrinche porque en realidad no quiere comer o dormir, solo quiere atención, quiere que jueguen con él. Pero adivina qué, por más que quiera no puede comunicarlo. Está atenido a que otro le adivine sus señales y le provea lo que necesita.
Y ese es el gran privilegio de crecer, la libertad que adquirimos. El abanico de posibilidades.
Ser libre de tomar las decisiones que consideremos necesarias.
Ser libre de equivocarnos y aprender.
Ser libre de dar o no dar explicaciones.
Ser libre de dejar algo que ya no funciona.
Claro, esta libertad trae consigo una gran responsabilidad. Aquí ya no hay nadie que nos venga a rescatar. Y eso es lo que nos carga y no nos gusta, pero que esa responsabilidad no nos haga olvidar la gran oportunidad que tenemos, una oportunidad que los bebitos quisieran.
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