Me he dado cuenta que la relación con nuestro cuerpo es uno de los aspectos más delicados en nuestra vida que merece todo el trabajo y consciencia del mundo. Cuantas veces hemos visto fotos viejísimas, de cuando estábamos en el colegio o en la universidad y queremos regresar a vernos así. Hasta cierto punto es ilógico pues hemos envejecido, para bien o para mal, nuestro cuerpo simplemente no es el mismo. Es un cuerpo más maduro en todo sentido. Nuestro metabolismo, densidad ósea, niveles de grasa y músculo van cambiando. Inevitablemente. Y si a eso le agregamos un embarazo o una cirugía, ni digamos. Es absurdo querer alcanzar ese ”cuerpo de antes”.
Es curioso que cuando hablamos de crecimiento fácilmente reconocemos que vamos cambiando y hasta celebramos que no somos los mismos, pero cuando se trata del físico, ahí la cosa se vuelve mas complicada.
Cada cicatriz representa una historia y le agrega carácter y personalidad a nuestro cuerpo. Cada estría es un recuerdo de lo increíble que es, al punto que se transforma de formas inimaginables. Cada cana y cada peca es una señal de madurez, de experiencia, de aprendizaje.
Una vez aprendemos a ver nuestro cuerpo como lo que es, el lugar donde vivimos, empezamos a realmente cuidarlo conscientemente, alimentándolo e tratándolo sin restricciones, con comida que nutra, no dramatizando los antojos, y moviéndonos no para quemar calorías o "estar rayado", sino para mantenerlo activo y sobre todo sentirnos plenos. Sintámonos confiados en decir con orgullo: "He cambiado y mi cuerpo también."
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